Relato: la vecina

La vecina

    Martina, mi vecina del tercero A tiene poco más de trece años. Llegó hace un lustro con sus madres huyendo de la capital.
    Antes era una cría adorable que con el paso de los años se ha convertido en la mayor maleducada del mundo. Si nos ve a mí o mi marido llegando al portal, sale corriendo para entrar ella primero en el ascensor. Nos habla como si fuéramos el grupo de amigas esas a las que ve en el parque mientras fuma y bebe cerveza con una sucesión de tacos que describen las partes más íntimas de la anatomía humana. Incluso hay ocasiones en las que hace eso mismo en la entrada del bloque y para pasar parece que estamos haciendo slalom.
Creo que no hace falta resumir que la jovencita nos tiene hasta el último pelo del remolino de la cabeza.
    Aún recuerdo cuando llegaron y utilizamos los pomperos de mis nietos para que se entretuviera. Saltaba como una gacela de esos documentales que tanto le gustan a mi Paco. Saltaba y brincaba explotando las pompas, pidiendo que la próxima fuera más grande y, si escuchaba algún ruido extraño o se acercaba otro vecino, iba corriendo a refugiarse detrás de las faldas de una de sus madres.
    La verdad es que no consigo entender como aquella adorable niña con coletas y apenas ocho años se llegó a convertir en la delincuente mal hablada que es a día de hoy. Pero tenemos un plan para darle una lección.
    Por un lado tenemos un par de pomperos que compró ayer mi marido en el chino de la esquina junto a un par de camisetas, pasamontañas y guantes negros. Los pomperos no son el típico pompero con dibujito, no; estos tienen el tamaño de una espada de caballería y se desenvaina como tal.
    Nos colocaremos la ropa oscura, cubriéndonos la cabeza para que no nos reconozca. Vamos a bajar a las cuatro de la tarde al portal, cuando esa panda de lagartijas de lenguas viperinas están tumbadas al fresco de las baldosas. Y en cuanto se comience a abrir el ascensor, sacaremos el palo cubierto de jabón y soplaremos con fuerza todo el aire de nuestros pulmones. Tantas veces como podamos antes de que se vuelva a cerrar la puerta.
    Y después de esto solo quedará esperar un par de días para que el covid ese haga efecto. Con suerte Paco y yo ya estaremos bien y, al menos, tendremos una semana tranquila.

Relato la vecina

 

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