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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Microrrelato: Cuestión de instinto

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Cuestión de instinto      Sacó del bolso un pliegue de periódico y lo dejó encima de la cama. Después tomó el teléfono y marcó. Lo sostenía oprimiéndolo con el hombro derecho contra su cara mientras se colocaba el pendiente en la oreja izquierda.      —¿Policía? Quería denunciar un asesinato… ¡Si!, en la casa desde donde llamo. —Siguió abotonando su camisa blanca que estaba salpicada levemente de sangre. —Si, seguro que está muerto… Está tumbado con una almohada de sangre bajo la cabeza… Yo diría que es un ajuste de cuentas. —Ajustó su falda negra y dejó caer el teléfono sin colgar.      Se puso el abrigo de visón que le cubría desde el cuello hasta la rodilla, colgó su bolso del codo y recogió los zapatos de aguja con su mano. Aún tenía los pies deformados de la última transformación.      Saltó el cuerpo de su víctima y con paso firme salió a la calle dejando la puerta abierta. Tomó rumbo a la boca de metro más cercana. Antes...

Microrrelato: La fábrica de copos de nieve

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La fábrica de copos de nieve      Aterrizó el trineo cerca del centro del lago helado. La capa era aún fina y crujió con el peso de los renos. Abrió la puerta y apuntando al suelo con la mano lo invitó a bajar. Al pisar con sus zapatillas el suelo, un escalofrío lo recorrió desde el pie hasta el cuello. Acto seguido entrecruzó sobre su pecho el batín que llevaba.      —¿Dónde estamos? —Consiguió decir entre el castañeteó de sus dientes.      —Este es el punto donde se fabrican los copos de nieve. —Se bajó del trineo de un salto y sus botas golpearon el hielo creando una leve grieta. Colocó su mano sobre el hombro de Daniel y empezaron a caminar hacia el centro del lago.      —¿Y esto como va a hacer que yo crea en ti? ¡Solo eres un gordo con disfraz! —Replicó y el vaho cubrió su cara.      —Antes de ser nieve, toda el agua de las nubes es igual. —Detuvieron su marcha y comenzó a caminar alrededor de él. —Al preci...

Microrrelato: El voto

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El voto      Apagó el despertador con un par de manotazos. Aún aturdido, tomó un marco de fotos de la mesilla de noche y le dio un beso.      —¡Buenos días, María! — dijo mientras lo volvía a dejar en su sitio.      Se sentó sobre en el lateral de la cama. Con aires torpones, se puso el pantalón y la camisa que dejó preparados la noche anterior. Revisó el bolsillo interior de la chaqueta para ver si estaba el sobre con su voto antes de ponérsela. Por último, se calzó y salió a la calle.      El aire era frío, pero no le molestaba especialmente. El olor de la churrería impregnaba el aire haciendo muy agradable su paseo. Después de votar ya volvería en busca del chocolate con churros de rigor.      Llegó de los primeros al colegio electoral, revisó la lista del censo en la entrada y se dirigió a la mesa asignada.      —Buenos días —Saludó sin obtener ninguna respuesta de los componentes de la mesa. ...

Microrrelato: Un día en la oficina

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Un día en la oficina      Al ocaso me reuní con el resto de los participantes en la playa desde donde partiría nuestra embarcación. Nos escribieron el dorsal en la espalda y nos entregaron a cada uno un chaleco salvavidas. Las normas del juego eran sencillas, cincuenta embarcábamos y uno de nosotros recibiría como premio un buen puñado de billetes.      Nos remolcaron un par de millas antes de soltar el amarre. En el cielo, los pilotos rojos de los drones que retransmitían nuestra competición y la estrella polar. Había que mostrar el espectáculo a los señores que apostaban por un ganador. El mar Mediterráneo se veía apacible antes que la madera de nuestra barcaza empezara a crujir. Una gran grieta atravesó rápidamente el casco por su parte central. El agua se abrió paso inundando el cascarón en el que flotábamos a la deriva. Lo partió en dos y se hundió súbitamente. Todos quedamos flotando.      Los chalecos salvavidas estaban rellenos de gom...

Microrrelato: El día después

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El día después      De rodillas, negociaba la última arcada cuando se acordó de las invitaciones. De nuevo, la ira ganaba al alcohol en su cerebro. Se incorporó y salió del baño dando tumbos. Danzando de pared en pared consiguió llegar al salón.      Varias botellas de vino vacías custodiaban la mesa de centro. Junto a esta, una caja llena de invitaciones aún sin abrir. Una por cada invitado que aparecía tachado en la libreta que estaba sobre el sofá. Cogió la caja y continuó su danza acrobática hasta la cocina.      Sacó una bandeja del horno, la colocó sobre la encimera y volcó los dípticos en ella.      —Con esto, ya no quedará nada que me recuerde esta maldita boda. —Dijo con voz trabada al tiempo que palpaba sus bolsillos de manera frenética en busca de un mechero.      Cuando lo localizó, al sacarlo se le cayó al suelo el ticket de compra de su último regalo. Se agachó a recogerlo aún a riesgo de volver a v...