Microrrelato: Un día en la oficina

Microrrelato: Un día en la oficina

Un día en la oficina

    Al ocaso me reuní con el resto de los participantes en la playa desde donde partiría nuestra embarcación. Nos escribieron el dorsal en la espalda y nos entregaron a cada uno un chaleco salvavidas. Las normas del juego eran sencillas, cincuenta embarcábamos y uno de nosotros recibiría como premio un buen puñado de billetes.
    Nos remolcaron un par de millas antes de soltar el amarre. En el cielo, los pilotos rojos de los drones que retransmitían nuestra competición y la estrella polar. Había que mostrar el espectáculo a los señores que apostaban por un ganador. El mar Mediterráneo se veía apacible antes que la madera de nuestra barcaza empezara a crujir. Una gran grieta atravesó rápidamente el casco por su parte central. El agua se abrió paso inundando el cascarón en el que flotábamos a la deriva. Lo partió en dos y se hundió súbitamente. Todos quedamos flotando.
    Los chalecos salvavidas estaban rellenos de gomaespuma y comenzaron a empaparse. Convertidos en un lastre, los más débiles se hundieron sin poder hacer nada. El resto conseguimos quitárnoslos rompiendo las cuerdas con las que nos los habíamos atado al torso.
    Poco tiempo después emergieron algunos restos de madera. Comenzamos a golpearnos con todas nuestras fuerzas por hacernos con alguno de los trozos. Yo me aferré a un tablón y comencé a patalear con violencia para alejarme todo lo posible del resto. Cuando cesaron los gritos me detuve.
    Pasamos de la batalla al más riguroso de los silencios. Apenas una decena de nosotros seguíamos a flote. El mar engulló al resto. Uno por uno.
    Con la mitad del cuerpo dentro del agua, el frío me aguijoneaba los músculos.
Al amanecer, una bocina rompió la calma.
    El bote de salvamento se encontraba a escasos quinientos metros y todos comenzamos a nadar hacia él.
    Clavé un trozo de madera en la espalda de mi rival más cercano y, impulsándome en él, nadé con todas mis fuerzas hasta ser el primero en llegar al bote. Aun con medio cuerpo fuera de la embarcación, arrancaron el motor y tomamos rumbo a la playa de partida, abandonando a mis compañeros a su suerte.
    Llegamos al atardecer. Salté al agua y amarré el cayuco de los nuevos participantes.
    De momento, tengo dinero para recuperarme y comer más de un mes. Después ya veremos.

 

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Créditos: Photo by Matt Hardy on Unsplash

Comentarios

  1. Respuestas
    1. Aunque el relato puede tener múltiples lecturas, verlo como metáfora de la vida que llevamos es una de ellas.
      Gracias por pasarte y comentar.

      Eliminar

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