Relato: Dinosaurios
Dinosaurios
El taxi paró junto al camino que cruzaba el jardín. Llevaba desde navidad sin venir por casa y aquí parecía que se había parado el tiempo. Las luces de adorno siguen en el porche y mi padre ha vuelto a salir en bermudas y sandalias a recibirme.
—Hola, papá.
—¡Por fin! Llevo un par de horas esperándote y nada, que no aparecías. ¿No viste las llamadas? —Se acercó y me arrancó el abrigo del brazo donde lo llevaba colgado.
—¿Ya estás otra vez con eso? Sabes que desde lo de las torres gemelas no podemos tener el teléfono encendido en el avión.
—Cierto. Venga pasa, tiene que darnos tiempo a prepararnos.
Cuando entramos en la casa me costó un poco que se acostumbraran mis ojos a aquella penumbra. La casa se había convertido en una especie de santuario con fotos de mi madre por todos lados. Más de treinta conté, ¡sólo en el salón!
Colgó mi abrigo en el perchero de la entrada junto a sus gorras y el chubasquero. Me pidió que le diera la mochila donde llevaba mi ropa de cambio y la tiró a los pies de éste.
—Ven, ayúdame a sacar esto. —Se apoyaba en el brazo del sofá de tres plazas que reinaba en el salón. — Coge de ese lado que tenemos que llevarlo fuera.
—¡Joder, papá! Acabo de hacer más de 900 kilómetros y no me dejas ni quitarme la ropa. ¿No ves que me estoy asando? Déjame beber un poco de agua por lo menos.
Me acercó la jarra y un vaso y con un movimiento rápido llenó el vaso de golpe. Con la violencia del gesto, una de las gotas salió volando y cayó rozando la foto número veintitrés de mamá. La mirada que me echó por poco me desintegra.
Hacía tres años que me había ido a trabajar fuera. Aquí en Jacksonville no había mucho futuro alejado del mercado turístico y si yo quería ser alguien en el mundo de las finanzas, mi futuro estaba lejos. Concretamente en Boston.
Siempre que me tocaba visitarlo en los meses de invierno me pasaba igual. Mi ropa, preparada para los -5 °C tenía que enfrentarse a unos hermosos 19 °C de media. Siempre terminaba pidiéndole a mi padre unas bermudas y una de sus camisas horteras con flores que tanto odiaba y tanto alivian el calor de una camisa de franela. Pero no parecía el momento oportuno.
—Venga, date prisa que no nos va a dar tiempo.
Me desabotoné la camisa y recogí las mangas con varios pliegues mientras que el buen hombre me despellejaba con la mirada. No entendía sus prisas, pero bueno, después del fallecimiento de mi madre dejé de intentar comprenderlo.
Me acerqué al sofá de piel y lo agarré por la base.
—¡Dale, papá!, que llevo un rato esperando.
Sus ojos se incendiaron y agarró por el otro lado sin despegar sus ojos de los míos. Levantó de golpe y empezamos la pequeña peregrinación. Dando pequeños tumbos conseguimos sacarlo por la puerta. Aquella maldita criatura blanca pesaba como si estuviera hecha de acero y piedras. Llevaba con nosotros desde que recordaba y después de levantarlo me pareció normal. O lo sacaban a trozos de casa o eso no había forma humana de moverlo sin destrozarse los riñones como estábamos haciendo.
Lo colocamos junto al buzón. No me dio tiempo a recuperar el aliento cuando el muy loco ya estaba en la puerta apremiándome para que lo ayudara con el sillón orejero de mamá. Ahí fui yo el que estuvo a punto de emitir rayos láser por los ojos.
—¿Pero de qué va esto? ¿Es que vas a montar un rastrillo?
Sin responderme, entró de nuevo en la casa. Lo seguí y allí estaba, como un toro mecánico agarrado por un extremo del sillón esperando que yo hiciera lo propio.
Directamente me quité los zapatos y tiré la camisa encima de la mesa golpeando uno de los marcos, creo que el diecisiete y de nuevo el sermón del señor que parecía no entender que me estaba asando.
—¿Quieres dejarte de gilipolleces y coger de ahí?
Y en nada me volví a ver transportando un bloque de hierro y colocándolo junto al que ya habíamos sacado a la calle.
Me negué a seguir con aquel «¡corre!¡corre!» y me senté en el sillón a modo de protesta. Él entró de nuevo en la casa y salió con un par de cervezas. Con la tontería había empezado a anochecer y aún no tenía ni mis bermudas.
Se sentó en el sofá junto a mi con una sensación de serenidad que llevaba tiempo sin ver. Exactamente una hora.
—Bueno, papá, ahora que al fin te calmaste, ¿me cuentas que es eso tan importante que no podías contarme por teléfono?
—Que te quiero —Su voz sonó tierna. Creo que la última vez que escuché ese tono, tenía poco más de diez años y me acababa de dejar mi primera novia.
—Yo también, pero no entiendo porque no me podías decir eso por teléfono.
—Verás, —se sonrojó— esta noche va a pasar algo y no quería que estuvieras solo.
—¡Joder, papá!, no seas críptico. ¿Qué va a pasar esta noche que la haga distinta a las demás?
—Pues, si mis contactos no me fallan, un meteorito chocará con la tierra y …
Ahí tenía a mi padre, diciéndome que una enorme roca como la de los dinosaurios iba a impactar contra nuestro planeta en unos diez minutos. Yo no sabía que cara poner. A cada frase se me hinchaba un poco más la vena del cuello y agarraba con mas fuerza los brazos del orejero.
—¿Me estás diciendo que he tenido que pedir favores para poder venir y que me voy a quedar sin vacaciones de verano por haber venido hoy para que me cuentes esta milonga? ¿No entiendes que esto son falacias para comerle el coco a los viejos seniles?¡No comprendo cómo te crees estas cosas!
Me levanté como un resorte dispuesto a ir por mi ropa y volverme a Boston en el primer vuelo cuando una enorme bola de fuego atravesó el cielo sobre nosotros. En ese momento di un paso atrás, tropecé y caí de culo en el sillón. No podía dejar de mirar las guirnaldas de luz que dejaban los fragmentos al precipitarse contra la tierra.
Ante mis ojos como platos apareció una cerveza.
—Toma, brinda conmigo una última vez.
Lo miré atónito. Él me devolvió su mejor cara de “tranquilo, yo estoy aquí” mientras me pasaba la botella.
—Pero… ¿Cómo?
—Tarde o temprano tenía que pasar. ¿Qué importa el modo? Lo importante es que estéis los dos aquí. —Sacó del bolsillo de su camisa una foto de mamá— No se me ocurre mejor compañía para este momento.
Los cuellos de nuestras botellas chocaron una última vez mientras, desde el horizonte, una enorme y cálida luz nos envolvió.
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Créditos: Photo by Riley Pitzen on Unsplash
Qué bonito,Juan!! 💥♥️
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarQue bonito,me a gustado mucho 😘😘😘
ResponderEliminarMuchas gracias por pasarte 😊😊
EliminarMe ha encantado, Juan!!👍👏👏
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarTe engancha hasta el inesperado final!
ResponderEliminarPensaba que el cuerpo de la madre estaba dentro del sofá....
Cómo se nota que leíste más relatos míos. No, no metí ningún cadáver
Eliminardentro del sofá... De momento 😁
Gracias por pasarte Juan.
Jajaja hubiera sido genial el cadáver dentro. A mí también me ha gustado mucho. ¡Enhorabuena!!
EliminarMuchas gracias. Lo del cadáver dentro de un sofá me lo guardo, no descarto usarlo algún día en un relato.
EliminarEl mejor relato que he leído hasta ahora 👏👏👏👏👏
ResponderEliminarMuchas gracias, Jorge. Me alegra que cumpliera con las expectativas generadas.
EliminarMe esperaba a la madre KO en el sofá... jajajaja QUÉ BONITO!! Ángela
ResponderEliminarLo de la madre en el sofá... , reconozco que la idea es suculenta, pero esta vez me he portado bien y no he matado a nadie. Bueno, sí murieron,pero fue natural 😇
EliminarYo me he visto tratando de sacar un orejero del ascensor.... Jajaja
ResponderEliminarBuen trabajo
Son comodísimos para sentarse, pero no veas lo incómodo que resultan para una mudanza.
EliminarMuchas gracias por pasarte.
Muy chulo papá!!!🤩🤩🤩
ResponderEliminarMuchísimas gracias por leerlo. 😘😘😘😘
EliminarMuy bueno, engancha muchísimo. Me ha encantado el final.
ResponderEliminarGracias por leerlo.
EliminarJuan, me encanta ese padre, el típico cabezota. Muy chulo!!
ResponderEliminarLa verdad es que los personajes, aunque no tienen nombre, son muy identificables. Quizá por eso este gustando.
EliminarMuchas gracias por leerlo
Qué buena esa forma aparentemente sencilla de narrar y todas las implicaciones que hay detrás. Genial.
ResponderEliminarMuchas gracias Rocío por pasarte. Me alegra mucho que te gustara.
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