Relato: En la frontera (parte 1 de 4)
En la frontera (parte 1 de 4)
Llegué al puerto tarde. Desde que me trasladaron a Huelva hace ya un año, la rutina de llevar a mi hijo al colegio se había convertido en una guerra diaria. Lolo no se había integrado muy bien en el nuevo centro y aún no tenía amigos; esto hacía que todas las mañanas empezáramos una guerra que normalmente finalizaba más tarde de lo previsto.
Cuando llegué a la garita, mi compañero José Carlos me esperaba en la puerta.
—¿Qué tal Antonio? ¿Otra vez jaleo con el crío?
—Mejor ni te cuento. Hoy, justo cuando estábamos llegando al cole se ha hecho caca encima. He tenido que volver a casa y cambiarlo entero. Bueno, le he cambiado toda la ropa menos las orejeras rojas.
—No me digas que lo llevas con orejeras. ¡pero si hace más de treinta grados!
—Ya lo sé, pero es la única manera de que no esté llorando todo el rato.
—¡Joder con el niño! —Sentenció mientras entró en el edificio. —Hoy toca ponerse las pilas, tenemos ferry y en media hora empezará a llegar la marabunta.
—OK, me tomo un café rápido y soy persona.
Saqué uno de la máquina de la sala de esperas y me fui a mi mesa. Encima había un pequeño sobre cuadrado.
—Oye, José, ¿y esta carta?
—Pues la verdad, no lo sé.
En la parte frontal solo indicaba «Agente Mora» y no llevaba remitente. Abrí el sobre rasgando la solapa con la llave del coche. Dentro había un papel doblado en dos. Lo desplegué y al leer su contenido perdí la fuerza en las piernas y me senté de golpe en mi silla.
—¿Te pasa algo, Antonio?
—Nada, todo bien. —Intenté que no se me notara—Este café que cada día está más malo.
La nota solo indicaba una hora y una matrícula: «12:00. 5897 GTP»
Me apresuré en memorizar la matrícula y destruí el papel. A los pocos minutos noté dos zumbidos en el móvil. Era una notificación del banco. Alguien acababa de hacer un ingreso en efectivo en mi cuenta de diez mil euros. La cosa iba en serio y no podía volver a cagarla.
—Espabila, Antonio, que ya llegan. —Dijo sacándome de mi mundo.
—Perdona, que ando un poco distraído. —Me tomé de un trago el resto del café y colocándome el reflectante salimos de la oficina.
***
Las directrices para dar el alto a un vehículo eran claras. Si el conductor dudaba, no respondía a las preguntas o lo hacía de manera difusa, lo llevábamos a un lado para no entorpecer al resto y así poder inspeccionarlo a fondo. Como máximo podíamos tener un vehículo bloqueado por agente. Primero, revisábamos los bajos con un espejo en busca de doble fondo y hacíamos una revisión visual al interior del vehículo. Posteriormente comenzábamos a dar pequeños golpes por el interior y en la carrocería en busca de zonas huecas que sonaran a sólido. Si estas pruebas iban bien y detectábamos algo, sacamos a Rufo a pasear. Su olfato nos daba el visto bueno para desmontar el coche si fuera necesario.
***
Revisé la fila de vehículos y al fondo apareció una Jumpy blanca con la matrícula de la nota. Dejé pasar al resto de coches y le di el alto.
—Buenos días. —Bajó la ventanilla un tipo como de cuarenta años con una camiseta hawaiana y gafas de sol.
—Buenos días, señor agente. —Tenía un ligero acento italiano. —¿algún problema?
—¿Qué transporta en la furgoneta?
—Piezas de un desguace.
—Ok, por favor, estacione el vehículo allí. Junto a donde está mi compañero.
Lo acompañé y empecé la coreografía.
—Por favor, baje del vehículo. Vamos a proceder con una inspección rutinaria que no tardará más de 5 minutos.
—Está bien. — Bajó del vehículo gesticulando de manera exagerada con los brazos —Siempre es al italiano al que revisan el coche, a los españolitos nada. Solo al italiano.
Saqué el espejo y revisé los bajos sin encontrar nada. Posteriormente empecé la inspección auditiva. Con los golpes en los interiores de las puertas y la carrocería no encontré nada. Escuchar si estaba hueco o no se estaba convirtiendo en toda una misión imposible. El señor no dejaba de hablar en ningún momento y eso podía tirar por tierra la operación.
—Por favor, guarde silencio, en breves habremos terminado. — Dije mientras lo invité con la mano a retroceder un poco.
De malos modos se alejó un poco del coche.
Completé la inspección en el interior. El salpicadero del coche había sido modificado y donde debía sonar hueco, no lo estaba. Mi parte ya estaba hecha, ahora solo me quedaba sacar a Rufo y evitar que revisara el interior del coche.
—Por favor, abra el cajón trasero para revisar la mercancía.
El tipo abrió la puerta trasera.
—¿Lo ves? Solo son piezas de desguace. —Se estaba poniendo muy nervioso, no dejaba de balancearse de un lado a otro y de andar junto a la furgoneta.
Fui a por el perro y alejándome de la parte delantera del vehículo, lo llevé directamente a que olisqueara la mercancía. Al cabo de un minuto, el perro ya había desistido de encontrar nada y lo retiramos.
Cuando procedí a comunicarle que podía continuar, el tipo seguía de malos modos y eso hizo que mi compañero José se acercara.
—¿Qué tal agente Mora? ¿Necesita ayuda? —Cuando veíamos que la cosa podía ponerse complicada, siempre nos ofrecíamos al compañero para, de una manera sutil, marcar nuestra autoridad.
—No se preocupe agente. De momento todo está en orden. —Dije mientras le pasaba la correa del perro.
—Señor Giuseppe, tenga la documentación de su vehículo. Puede continuar.
De malos modos arrancó los papeles de mis manos. Abrió la puerta para subirse de nuevo en la furgoneta y empezó a gritar.
—Siempre es al italiano al que registran, ¡estoy harto de que me discriminen en este puto país!
—Por favor, continúe con su marcha. —Lo apremié, pero el muy imbécil continuó con su queja.
Como tenía la puerta abierta, Rufo detectó el olor que llegaba del salpicadero y comenzó a tirar de la correa, arrastrando a mi compañero hacia el interior del coche.
—Señor, ¡apártese del vehículo! —Grité mientras José Luís soltaba definitivamente al can y este comenzó a escarbar justo encima del volante.
En ese momento me tembló todo el cuerpo y me quedé pálido. ¿Cómo era posible que aquel imbécil tirara todo por la borda de aquella manera? Lo llevé contra la pared de la oficina para cachearlo y ponerle las esposas.
En ese momento, un acelerón brusco se escuchó en la fila de vehículos que esperaban su turno y un coche rojo salió a toda velocidad en dirección contraria a la que estábamos nosotros. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral paralizándome por un momento.
—¿Qué le sucede agente Mora? ¡Está usted pálido!
—No te preocupes, todo está bien. —Respondí mientras incrusté la cara del italiano contra la pared.
***
Las dos horas restantes hasta finalizar mi turno se me hicieron eternas. La prueba de reactivos confirmó que lo que intentaban pasar a Canarias era cocaína de mucha pureza y yo no había cumplido con mi parte del trato.
Los nervios no me dejaban concentrarme y llevaba un buen rato con el documento del atestado delante de mis narices sin haber podido escribir una sola coma. Angustiado, saqué el móvil del bolsillo y lo coloqué en mi oreja como si me acabaran de llamar.
—Sí, —esperé un poco antes de continuar hablando— ¿Que ha vuelto a pegarse con uno de sus compañeros? No se preocupe que en nada estoy por ahí. —Hice el gesto de colgar y lo volví a guardar. —José, ¿me cubres? Me acaban de llamar del cole y tengo que...
—Tira, ya termino yo el papeleo. A ver si mañana vienes un poco más enchufado, que por poco se nos cuela el italiano.
—Eso espero. —dije mientras recogía las llaves del coche y salía corriendo por la puerta de la garita.
***
En cuanto salí del recinto, hundí el pedal del acelerador y me concentré en llegar lo antes posible con mi familia. Por suerte, la carretera tenía dos carriles por sentido y eso me permitía ir haciendo slalom entre los otros coches que si circulaban a la velocidad permitida. En una de las rotondas de la avenida Francisco Montenegro por poco me trago un camión que salía de una fábrica. Me salté todos los semáforos que encontré a mi paso hasta enganchar con el puente que lleva a Punta Umbría. Una vez lo crucé, me vi forzado a reducir la velocidad cuando empecé a callejear por Bellavista. Los chalets pasaban como ráfagas y al fin llegué al colegio.
Aparqué de mala manera frente al edificio y dejando la puerta abierta corrí hasta recepción.
—Hola, venía a buscar a Manuel Mora —tomé una bocanada de aire antes de seguir —de tercero A.
El corazón me estaba estallando dentro del pecho cuando sonó megafonía.
«Atención por favor, tutora del alumno Manuel Mora acuda a conserjería»
—Ahora viene su tutora.
Unos tacones empezaron a resonar por el pasillo cada vez con más fuerza. En cuanto ví aparecer la figura de la tutora, me acerqué a ella.
—Buenas tardes señorita Cinta, venía a buscar a Lolo.
—A Lolo pasó a buscarlo hace una hora su tío. —Su cara palideció.— Traía un justificante firmado por usted y él le llamó desde su móvil y me lo pasó. Y me confirmaste que todo era correcto.
—Vale. —Contuve por un momento mi rabia e imposté una voz serena —Se me había pasado que hoy tenía que preparar el cumpleaños de su primo.
—¿Está todo bien?
—Si. Voy corriendo a buscarlo que no me acordé que teníamos cita con su médico.
Le solté la primera mentira que se me pasó por la cabeza para quitármela de encima. Volví al coche como una exhalación. Al arrancar, el manos libres se conectó directamente. Accioné el botón para las indicaciones por voz.
«Le escucho»
—¡Llamar a María! — Grité mientras comencé a conducir. Mi casa se encontraba a un par de manzanas pero no tenía tiempo que perder.
«Llamando a María» La voz robotizada me respondió. Después de un par de tonos, mi mujer descolgó el teléfono.
«¡Dime, Gordo!» Sonaba tranquila.
—Hola, ¿te llamaron del cole?
«No, ¿por?»
—¡Mierda! ¡Mierda!
«Me estás asustando Antonio, ¿qué pasa?»
— No te preocupes, voy a solucionarlo. Ya estoy aparcando, te veo ahora.
«Pero, ¿qué suce… bip, bip, bip» Me vio por la ventana, colgó y salió corriendo a mi encuentro en la puerta.
—¿Dónde está Lolo, Antonio? —Preguntó nerviosa.
—No lo sé, fuí al colegio y no estaba. —Se me empezó a quebrar la voz —Se lo han llevado.
—¿Y ahora qué hacemos?— Me dijo mientras me agarraba con rabia del polo—Te dije que tus mierdas nos meterían en un lío. ¡Pero el niño, no tiene culpa!
Intenté abrazarla para tranquilizarla, pero me alejó con un empujón.
—Voy a hacer lo posible porque salga bi...
—Disculpe, es usted el señor Antonio Mora.
Una voz de adolescente llamó mi atención desde la calle.
—¡Sí! — Respondí de malos modos mientras me giraba.
—Traigo un paquete para usted.
El chaval, que llevaba un uniforme de Seur, me extendió la mano con un paquete del tamaño de una caja de zapatos. Lo cogí y se fue corriendo a la furgoneta, desapareciendo en pocos segundos de mi vista.
—¿Qué es eso? — Preguntó María.
Saqué del bolsillo la llave del coche y rasgué la cinta adhesiva que lo cerraba. Dentro del paquete solo estaban las orejeras rojas junto a una nota: «Entréganos la mercancía o no vuelves a ver a tu hijo. Tienes 2 días»
Continuará...
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Me ha gustado mucho. Humanizas al protagonista. La ambientación está muy cuidada. El italiano le da un toque casi de humor. Y sospechamos que las cosas van a salir mal. Pero el final es terrorífico, en tu línea.
ResponderEliminarDe momento el final no está escrito, pero intentaré que pasen cositas interesantes.
EliminarGracias por leerlo Juan
Esperando ansiosa el final ‼️😲menos mal que acabo de leerlo ahora mismo 😊 Bravo Juan 👏👏
ResponderEliminarLa segunda parte no se hará esperar mucho. Ya me contarás que te pareció. 😊
EliminarGracias!