Relato: En la frontera (parte 4 de 4)

Relato: En la frontera (parte 4 de 4)

Relato: En la frontera (parte 4 de 4)

    «Cuando tengas que correr, nunca mires atrás o te alcanzarán»

    Las palabras de mi padre revoloteaban en mi cabeza mientras seguía intentando despistar al policía que me perseguía. La sirena del coche de patrulla cada vez se escuchaba más cerca. El corazón me iba a mil y mi boca apenas daba abasto para atrapar el aire que necesitaba. Procuraba hacer giros en calles por la que los vehículos circularan en dirección contraria pero aun así la sirena continuaba aumentando en intensidad.

    Mi estado de forma era nefasto y el saco de deporte que llevaba a la espalda no me ayudaba. Sentía calambres en todos los músculos de las piernas y para colmo un dolor intenso me golpeó en el costado derecho, bajo las costillas. Me escocían los ojos al contacto con el sudor y la opción de buscar un sitio donde pasar desapercibido comenzó a tomar peso.

    Mi último cambio de sentido me llevó hacia una zona de casas bajas. Al atravesar la primera calle llegué a una plaza no muy grande. Plaza del tamboril indicaba el cartel. Estaba rodeada por un pequeño carril para coches que la separaba de las casas colindantes. En el centro había una enorme jardinera con un par de árboles y varios arbustos. En el borde de la zona de plantas se encontraba un pequeño grupo de chavales sentados.

    Tenían las mochilas tiradas en el suelo junto a un par de cascos de cerveza. Se pasaban entre ellos un porro de hachís y mantenían una discusión sobre quien había dado una calada más larga que otro. Al escuchar mi carrera todos me miraron como cervatillos y tiraron el pitillo a las plantas.

    Uno de los chicos era casi tan corpulento como yo. Vestía una camiseta del recre como muchos de los adolescentes de esta ciudad. Si conseguía que me la diera seguro que podría pasar desapercibido las tres horas que quedan para el intercambio.

    Me dirigí hacia ellos. Paré de golpe a su lado y comencé a hablar, o por lo menos lo intenté.

    —¡Hola! —Dije respirando de manera frenética. —Necesito que me des tu camiseta.

    Lo sujeté del brazo con fuerza. El corazón estaba a punto de salirme por la boca. Estaba totalmente empapado en sudor.

    —¡Pero que dices, tío! Tú estás gilipollas si piensas que te voy a dar mi camiseta. —Dijo al tiempo que dio un tirón del brazo con el que se zafó de mi mano y todos sus amigos se pusieron de pie en actitud agresiva.

    «¡Vete si no quieres que te reventemos la cabeza!», «¡Será tonto el tío!, venir aquí a tocarnos los cojones», «Al final te metemos», la lluvia de palabras amenazantes iba en aumento.

    —Necesito que me des tu camiseta, ahora. —Me reafirmé clavando mi mirada en los ojos de aquel muchacho.

    Comenzaron a rodearme mientras su tono iba creciendo y pasaron a darme ligeros empujones.

    Me llevé la mano derecha a la cintura, levanté levemente la sudadera, quité el seguro de la funda de mi cinturón. Lo agarré del pecho con una mientras saqué la pistola y se la coloqué en la sien.

    —Dame la puta camiseta, ya. ¿Te lo explico mejor? —Dije al oído de aquél imbécil.

    Entre el esfuerzo y los nervios, el cañón se movía zigzagueante sobre la piel del chaval. Todos los gallos del corral salieron volando como palomas perseguidas por un niño. Él quedó a mi suerte. Sus pantalones empezaron a oscurecerse en la zona de la ingle y continuó hasta el suelo. Se hizo pis literalmente encima y empezó a sollozar mientras se quitaba la prenda y me la entregó.

    —¡Y dame también esa mochila! —Señalé la más grande de las que habían quedado huérfanas con la huida de los muchachos. Las sirenas empezaban a acercarse.

    Pálido, se agachó y me entregó una bolsa un poco más pequeña que la que yo llevaba. La cogí por la base volteándola y dejando caer el contenido sobre las losetas de la plaza.

    —Ahora, ¡túmbate en el suelo!

    Sin rechistar, se tiró contra el suelo y quedó tumbado sobre su propia orina. Con mi pequeño botín, comencé a caminar hacia atrás buscando la calle principal sin dejar de apuntarle con el arma. Una vez llegué a ella, me lancé corriendo contra una zona de pisos colindantes. El joven no tardaría mucho en  reaccionar y si llegaba la policía estaba perdido.

    La zona estaba plagada de pequeños pisos de poca altura así que empecé a empujar la puerta de todos los portales que me encontraba a mi paso hasta que una cedió.

    ***

    Después de un rato agazapado en la zona de contadores dejé de escuchar las sirenas de policía.

    Abrí mi bolsa de deporte y moví toda la mercancía a mi nueva mochila. Por suerte para mí, ninguno de los paquetes se había abierto con el ajetreo de la carrera y parecía todo en orden.

    Me quité la sudadera y la metí en la bolsa vacía. Me quedé un momento mirando el polo en el reflejo de los contadores. Según iban las cosas, esa era la última vez que me vestiría de guardia civil, pero no había otra. Lolo era lo primero y lo único que importaba en esta historia y haría lo posible por recuperarlo. Me lo quité, lo empujé con fuerza contra la sudadera y cerré la cremallera.

    La camiseta de aquel chaval no resultó ser tan amplia como yo pensaba y, con el sudor, al ponérmela quedó adherirá a mí como piel de chorizo. Mi tripa sobresalía ligeramente y era imposible cubrir el cinturón de la pistola con la tela así que decidí guardar mi Parabellum en la mochila y deshacerme de él.

    Saqué el móvil. La barra de notificaciones estaba repleta de llamadas perdidas de María. Seguro que había visto mi imagen por la tele. Nunca pensé que podría llegar hasta esto. Había golpeado a un compañero en la cabeza y había robado cocaína del depósito. Solo con eso me caerían más de cinco años a la sombra. Las piernas me flojearon y decidí sentarme en el suelo a recuperar un poco las fuerzas. «No pueden cogerme antes de recuperar a Lolo. Luego ya me entregaré» mi cabeza no paraba de darle vueltas a lo que había hecho, pero no podía detenerme ahora. Faltaba poco más de una hora para la hora acordada y aún me faltaba llegar hasta allí.

    Ignoré las notificaciones de llamada y volví a abrir el mensaje con las coordenadas. La aplicación de navegación volvió a abrirse. Estaba a menos de un kilómetro del sitio y sin pensarlo, me puse en pie, me coloqué la mochila en la espalda y salí por el portal con la bolsa de deporte en la mano. La metí en el primer contenedor de basura que me encontré y seguí caminando hacia donde me indicaba el teléfono.

***

    Cuando llegué al quitamiedos de la circunvalación hacia un buen rato que el sonido de las sirenas ya no contaminaba el aire. Las indicaciones que restaban al navegador eran claras: Cruzar y alcanzar la silueta ruinosa que a duras penas podía verse por la poca luz. Apagué el móvil y lo coloqué en mi bolsillo.

    Pasé la barrera con dificultad. Las malditas piernas las tenía agotadas y me respondían a base de calambres y tirones. Los coches circulaban a toda velocidad impregnando todo con una nube de combustión y no dejaban de aparecer nuevos coches en el horizonte. Me agarré al metal, cerré los ojos, respiré hondo y conté mentalmente hasta tres. El rebufo de los vehículos me meció. Abrí los ojos y en cuanto pasó el primer coche me lancé hacia la mediana con todas mis fuerzas. En el segundo carril apareció un camión que comenzó a tocar el claxon al tiempo que me arrojé entre las adelfas que partían los dos sentidos de la carretera.

    Me recompuse del golpe. Tenía los codos ligeramente ensangrentados, pero tenía que seguir. Sorteé el quitamiedos, volví a respirar hondo y antes de poder respirar de nuevo ya estaba al otro lado de la autovía. Solo me quedaba cruzar la vía del tren para llegar a mi destino.

    Salté la barrera que me quedaba. Al dar el primer paso, el suelo debajo de mis pies se desvaneció. Caí rodando por una pequeña pendiente cubierta de gravilla hasta que me detuve de un golpeé en la cabeza contra las traviesas de la vía. Me quedé aturdido tumbado de lado durante unos minutos hasta que el suelo comenzó a vibrar. Abrí los ojos y el cielo estrellado brillaba sobre mí. Palpé con la mano izquierda la vía y tan rápido como me fue posible me incorporé levemente y di un paso hacia atrás, tropezando y cayendo sobre la inclinación de espaldas clavándome la mochila. El tren pasó rozándome los zapatos y una bofetada de aire me sacó del letargo de los golpes.

    Tenía como media hora antes de la entrega, por lo que me quedé un rato vigilando desde mi posición la zona de entrega, recuperando fuerzas.

    Saqué de la mochila la pistola y comencé a caminar con ella en la mano hacia el punto de encuentro. Con cuidado crucé la vía. La luna iluminaba de manera tenue el contorno de dos enormes paredes en la zona del punto de encuentro. El sitio estaba rodeado de varias chabolas en hilera que aprovechaban las paredes de lo que en su día fuera algún tipo de edificio.

    El suelo estaba lleno de tierra y en cada pisada escuchaba como crujía el suelo. Solo mis pasos interrumpían el leve zumbido de los coches en aquel sitio entre la civilización y la marisma.

    Llegué al pequeño descampado donde estaban las ruinas. Buscaba con la mirada alguna silueta extraña, pero solo logré distinguir una enorme pared de más de tres metros de altura y algunos restos de viviendas abandonadas. Junto a la pared una pequeña sombra se movió.

    —¿Quién anda ahí? —Grité mientras encañoné a mi objetivo junto al muro principal.

    Los faros de un coche se encendieron. La luz no me dejaba ver e intenté cubrirme la vista con el antebrazo. La primera de las sombras comenzó a caminar hacia un lado. Una segunda persona apareció junto a esta. Era bastante más alta y sujetaba a la primera por la zona del cuello.

    —¡Baja el arma, Antonio! — La voz de me resultaba muy familiar, pero no debería estar allí.

    —Lanza la bolsa con la mercancía y da un par de pasos hacia atrás. — Una voz más grave retumbó contra el muro de ladrillos. Era una voz gruesa de hombre que no había escuchado antes.

    Poco a poco mis pupilas reaccionaron al estimulo luminoso. Lolo y María estaban ligeramente separados de la pared agarrado uno al otro. Del borde sobresalía una pistola que apuntaba hacia ellos a la altura del cuerpo. «Maldita sea» pensé mientras moví la mano para intentar apuntar a mi nuevo objetivo. La mano empezó a temblarme.

    —¡Suéltalos! Y te daré la bolsa con la coca. —Respondí con rabia.

    —Parece que no lo has entendido. ¡O me lanzas la mochila, o me cargo a estos dos!

    Mi cerebro estaba aturullado y era incapaz de pensar con fluidez. Si les entregaba el material, nadie me aseguraba que los dejaran con libertad, pero si no lo hacía, seguro que cumplía sus promesas. «¡Bang!» El sonido de un disparo me sacó de mis cábalas. Los pájaros que estaban en una zona de árboles colindantes salieron volando y el movimiento me distrajo por un momento. Cuando volví a centrar la mirada en ellos, María cayó de rodillas contra el suelo.

    —¡Tira la puta bolsa ya o despídete de tu hijo!

    Me quité la bolsa de la espalda y la lancé con todas mis fuerzas en su dirección.

    —¡Ahí tienes tu mierda! —Dije con la voz entrecortada y los ojos enjugados en lágrimas. —Ahora, ¡Suéltalos!

    —Lolo, se bueno y tráele la mochila al tío Miguel.

    Se acercó hasta la bolsa, la recogió del suelo y volvió junto al muro sin decir ni una sola palabra. Sin mirarme. Abrió la cremallera y volvió a cerrarla.

    —Gracias por cumplir con su parte del trato, agente Mora. Es el momento de que nos despidamos para siempre. —Dijo María.

    Me estaba volviendo loco. Su voz sonaba nítida. Sin mostrar el más mínimo atisbo de dolor.

    Se levantó del suelo como si no tuviera herida alguna.

    —Lolo, ve con el tío. —Dijo dirigiendo el hombro de mi hijo en dirección a la pistola de la pared.

    Hizo un pequeño gesto con la mano y el secuestrador le entregó el arma. La levantó en el aire apuntándome directamente.

    —Pero ¿Qué estás haciendo, María? —Dije mientras me quedé apuntando hacia ella.

    —¡Arreglando lo que tu no has sido capaz! —Su tono sonaba a reproche. —¡Te dije que te mantuvieras al margen! Pero no, ¡tú siempre querías ganar más dinero!

    —Lo hice por vosotros

    —¡Y una mierda! Lo hacías por tu propia avaricia por llenarte los bolsillos a costa de cualquier cosa. Te daba igual poder perder a tu familia. —Empezó a relajar el tono— ¿Crees que fue casualidad que te destinaran a otro paso fronterizo cuando te pillaron en Algeciras? ¿Quién crees que sobornó a tu superior para que dejara tu expediente impoluto?

    —¿Cómo? —No conseguía reaccionar a lo que me decía.

    —¡Mi tío! El mismo que te mandaba los mensajes y te ingresaba el dinero. El mismo que me pidió que me casara contigo el día que se enteró que un muchacho del pueblo se había licenciado como Guardia Civil. —Dijo— ¡Y tú has tenido que joderlo todo! —Terminó gritando.

    —Pero María, todo esto lo puedo arreglar —Me derrumbé y comencé a llorar.

    —¿Después de que todos vieran tu cara en televisión? Esto solo lo puedo arreglar yo.

    Un dolor intenso recorrió mi brazo derecho dejando caer mi arma. El sonido golpeó mis oídos y un nuevo mordisco atravesó mi abdomen.

    Caí de espaldas contra el suelo. La sangre empezó a manar a borbotones de los orificios de bala. Los miles de puntos que formaban el cielo comenzaron a emborronarse y frente a mí apareció por última vez la cara de María.

    —Te dije que lo dejaras. —Dijo envuelta en lágrimas —Hasta siempre, Antonio.

    El coche que nos iluminaba paró junto a mí y ella se subió.

    —Adiós, Papá —Dijo Lolo desde una de las ventanillas.

    El vehículo salió derrapando, cubriéndome levemente de la arena y el polvo del descampado.

    Las lágrimas limpiaron el polvo de mi cara formando un río en mi sien.

    El cielo se cubrió de luces azules y rojas que se reflejaban en los árboles.

    Lo último que escuché fue el sonido de las sirenas acercándose y el eco del adiós de mi hijo.

 

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Créditos: Photo by Red John on Unsplash

Comentarios

  1. Ohhh ‼️😲 sorprendente y fabuloso... Enhorabuena Juan 👏👏👏

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  2. Mantiene la tensión los 4 capitulos . El giro final es totalmente insospechado. Muy bueno!

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    Respuestas
    1. Al final, las buenas personas siempre salen a la luz 😅
      ¡Gracias, Juan!

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