Microrrelato: No compres, ¡adopta!
No compres, ¡adopta!
El agente abrió la puerta metálica que daba a la sala donde descansaban los perros.
—Para adoptar debes tener la mente abierta. —Dijo mientras se apartaba de la entrada dejándome paso.
Asentí con la cabeza y comencé a caminar por el patio central. A los lados había varios recintos donde alojaban a los canes que ya habían completado sus años de servicio. Había de todas las razas y me gustaba la idea de poder tener un perro poderoso y bien adiestrado. Vi tras una de las vallas un Rottweiler, pero, al acercarme a él, solo se limitó a levantar un poco la cabeza sin despegar su panza del frescor del suelo.
Continué caminando despacio bordeando la sala y el comportamiento se repetía una y otra vez por los animales, preferían mitigar el calor del verano a conocer a un nuevo dueño.
—¿Siempre son así de tranquilos? —Pregunté al agente que me acompañaba.
—Si cada mañana hacen sus ejercicios, sí. —Sonrió.
Lo miré arqueando una ceja y volví a girarme hacia los perros. Al fondo, un pequeño Cocker Spaniel comenzó a dar saltos. Ladraba, daba vueltas en círculos y volvía a saltar apoyando las patas delanteras en la valla. No era el perro majestuoso que yo esperaba, pero estaba claro que me había elegido.
—¿Cómo se llama? —Pregunté mientras señalaba a mi nuevo amigo.
—Ramón y es puro nervio. Es un perro que necesita casi tres horas de ejercicio al día. — Me miró de arriba abajo como cuestionando mi forma física. —¿Estás seguro?
—¡Segurísimo! Es el que más se ha alegrado de verme y haremos buenas migas.
—Vale, completemos los trámites entonces.
Abrió la puerta y sujetó al perro por el collar. Sacó del bolsillo una pequeña correa, se la colocó y me entregó el extremo. Seguía dando saltos graciosos y estaba claro que era mi perro.
Fuimos a la oficina a completar el papeleo y en ningún momento se separó de mi lado. No era el perro imponente que yo estaba buscando, pero me gustaba y yo también a él.
En poco más de media hora todo estaba listo y nos fuimos al coche. Entró él solo en el transportín a los pies del copiloto. Cerré la puerta del coche y caminé hasta el lado del conductor. Me despedí del agente que me observaba desde la entrada del recinto y me monté. Saqué una pequeña bolsa con maría de mi bolsillo derecho y la guardé en la guantera mientras Ramón seguía ladrando de alegría.
—Has elegido bien, «perrete». Ningún camello volverá a tomarnos el pelo.
Sonreí y arranqué el coche.
¿Te gustó el microrrelato? déjame tu opinión en los comentarios.
También puedes suscribirte a la lista de correo para no perderte nada.
Y no olvides entrar en http://www.evora.es para leer más historias como esta.
Créditos: Photo by Jason Jarrach on Unsplash
Genial ‼️😂😂😂
ResponderEliminarMuchas gracias por pasarte! 😀
EliminarJajajjaja, muy bueno ese final inesperado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Los perretes adoptados pueden resultar sorprendentes.
EliminarGracias por pasarte Rocío
Toma ya final insospechado ! Que bueno!
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan
Eliminar