Relato: Piel de leopardo y especias

Relato: Piel de leopardo y especias

Piel de leopardo y especias

    ¿Sabes esos días que no necesitas despertador para levantarte? Pues precisamente hoy es uno de ellos. Llevo toda la noche a medio dormir. Me habré despertado como unas cinco veces. Hacer papeleo desde siempre me dio muchos nervios, que si firmar documentos enormes en los que no te da tiempo a leer toda la letra pequeña, que si ir a un sitio e interactuar con la plebe que solo quieren mi dinero. ¡De todo esto se encargaba mi Manuel que en paz descanse!

    No tendría que hacerlo si el muy cabrón no se hubiera ido de putas todos los viernes de los últimos quince años. Al principio yo no sospechaba nada, pero, se fue relajando y cada vez ponía menos empeño en que yo no me enterara. Yo sospechaba algo porque tener una reunión de accionistas a la semana no era muy normal y aún lo era menos que algunas de estas reuniones fueran en fechas señaladas. Pero hace un mes mis dudas se desvanecieron cuando me dijo «Celia, quiero el divorcio». ¡Mira! Se me empezó a hinchar la vena del cuello y no podía apartar mi mirada de aquel hombrecillo de poco más de metro y medio. ¡Me estaba dejando! ¿A mí? En fin, que con el calentón y que llevaba quince años intentando librarme de ese viejo senil, decidí dar el paso y ponerle un aderezo especial en la comida de esa noche. Por suerte no salió nada raro en la autopsia y todo quedó en muerte natural. Tú ya me entiendes.

    Me levanté y fui al vestidor donde me esperaba el traje de chaqueta perfecto para la ocasión. Pantalón largo ligeramente acampanado y de cintura alta. Una camisa de seda blanca y una chaqueta tipo esmoquin con manga francesa. Todo en un negro impoluto y acompañado de mis Manolo Blahnik que nunca me fallan. Con este modelito las arpías de la urbanización solamente podrán ponerse rojas de envidia, y no hay cosa que les moleste más que ser un poco «rojas».

    Llamé al chofer y quince minutos más tarde ya estábamos en la puerta de la notaría. Menos mal que en la cama se toma las cosas con más calma, que, si no, ya lo habría despedido hace tiempo. Aún faltaba una hora para mi cita. Así que decidí subir e ir tanteando el sitio. La última vez que estuve aquí fue como hace veinte años, cuando firmamos los papeles de una de las sociedades. Estaba nerviosa por no saber si me encontraría a alguien conocido o tendría que lidiar con una panda de imberbes recién salidos de sus bibliotecas.  Que dirás tú, «pero si has matado a tu marido, ¿cómo te vas a poner nerviosa con esto?» Pues me pongo. Supongo que cogí fobia a los extraños por las fiestas de sociedad a las que me llevaban mis padres. Todos se interesaban en conocer a la futura heredera y se arremolinaban en torno a mí con los ojos medio estrábicos. Yo creo que en lugar de una niña de diez años ellos veían un maletín lleno de billetes con un vestidito blanco.

    Presioné el pequeño timbre de botón que había en el lateral de la puerta y unos segundos más tarde una chica súper sonriente abrió la puerta. Parecía que tenía algún problema para ir al baño o algo por el estilo porque aquella sonrisa impostada no era normal. «Maja, si llevas una chaqueta de factory no te pagan lo suficiente como para sonreír así» y aunque lo pensé no se lo dije, ya tenía bastante con lo suyo. Me limité a devolverle la sonrisa.

    —Buenos días, ¿a quién venía a ver?

    —A Don Federico

    —¿Tiene usted cita?

    —¿Desde cuándo he necesitado yo una cita para ver a Fede? —Dije mientras me estiré mirándola con desprecio. Claro que tenía una cita, él me había llamado para que viniera hoy, pero me niego a darle explicaciones a alguien de su clase. «Y si no tengo cita, pues te la inventas»

    —Señora, sin cita no puedo dejarla pasar.

    «Pero ¿qué me estás contando?» Comencé a mover el cuello mirando a través de la puerta, sorteando el pelo rubio rizado de la secretaria.

    —¡Fede! ¿Estás por aquí? — Ya está, ya me había hecho levantar la voz la muy estúpida.

    —Señora, como ya le he indicado, no puedo dejarla pasar si no tiene usted cita previa… —Frunció el ceño y comenzó a moverse en el marco de la puerta para intentar que no pudiera ver el interior.

    —¿Pero tú sabes con quién estás hablando, niña?

    Me encanta soltar esta frase y ver como reaccionan. Si me resultan graciosos se libran de que pida su despido de manera fulminante.

    —«Señora de Del Toro» — Desde el fondo del pasillo Fede llamó mi atención tirándome una mirada cómplice mientras avanzaba hacia el pitbull con mechas. — Estaba esperándola.

    —Tranquila Marta, tenía cita conmigo. — Continuó hablando con la portera al tiempo que tocaba levemente su hombro y esta se apartó de la entrada dirigiéndose a un pequeño mostrador junto a la puerta.

    —Don Federico en su agenda solo aparece una cita con la señorita Lucía Fernández, ¿quiere usted que gestione con ella una nueva hora?

    —No te preocupes, cuando llegue me avisas por favor.

    En ese momento dejó de hablar con aquella arpía y se giró hacia mí ofreciéndome el brazo para que lo acompañara hasta su despacho. Me apoyé cortésmente y comenzamos a caminar por el corto pasillo.

    Un escritorio colonial de caoba presidía de manera imponente la sala. La verdad es que Fede siempre ha tenido un gusto magnífico por los muebles, pero carece totalmente del mismo para elegir cuadros. Pues no que tiene un grafiti de un tal Banksy cubriendo casi toda una pared. ¡Que es un grafiti por dios!

    Pasamos y me ofreció para sentarme la silla más cercana a la pared. Es la que siempre ocupaba cuando iba con mi marido y aunque hacía mucho tiempo que no entraba en el despacho Fede siempre ha sabido cuidar estos pequeños detalles. De hecho, ver que Fede se acordaba de mí me tranquilizó bastante después del episodio con la arpía de la puerta. Estaba a punto de pedir su cabeza cuando él se sentó al otro lado de la mesa y comenzó a hablar.

    —Lo primero Señora Del Toro reciba mi más sentido pésame por la muerte de su marido. Sin duda era un hombre excepcional y lo echaremos mucho de menos.

    «Un hombre excepcional dice. ¡Un putero! No le quites hierro a su comportamiento ruin.» Intenté tranquilizarme, respiré hondo y empecé a pensar en la muerte de Paquito, mi chiguagua. Era tan bonito. Aún recuerdo cuando le tiré la pelota y el salió disparado a cogerla y no vio el cortacésped. «¡Dios que pena!» Dos pequeñas lágrimas perlaron mis ojos.

    —Sí, una pena —Era pensar en Paquito y el jugo salado de la credibilidad manaba de mis ojos libremente. — No sé si podré llegar a olvidarlo algún día. Pero bueno, creo que es el momento de leer el testamento y así poder comenzar a pasar página.

    Me pasaba un pequeño pañuelo de seda de una mano a otra y me retiraba las lágrimas por el perrito. Llevaba las iniciales de mi exmarido y era importante que no se rompieran las apariencias. Yo lo quería, sí, pero lo que me hizo no tiene nombre.

    —Tenemos que esperar aún unos minutos.

    —¿Y eso?

    En ese momento sonó el interfono y Fede descolgó.

    —¿Sí?

    «La señorita Fernández acaba de llegar a recepción.

    —Por favor acompáñala hasta mi despacho.

    En ese momento unos tacones empezaron a amartillar el suelo tapando con su estruendo la calma del hilo musical. Me giré levemente para mirar la puerta cuando la vi entrar. Era una «señoritinga» con extensiones a dos colores que le llegaban a la altura del trasero y embutida en un traje de tubo floreado recién sacado del mercadillo. En ese momento el grafiti me pareció hasta bonito.

    —Buenos días. — Saludó con voz temblorosa.

    —Bienvenida, Señorita Fernández. Por favor tome asiento.

    Y acto seguido le ofreció con la mano derecha a ese pendón como de diecinueve años la silla que estaba junto a mí. Se sentó y un pestazo a pachuli por poco me deja inconsciente. Sin duda el olor iba a juego con los zapatos de aguja de más de diez centímetros y piel de leopardo de imitación.

    —Perdona, Fede, ¿quién es esta señorita? —Marqué con inquina las sílabas de la palabra para recalcar que lo de «señorita» le venía muy grande.

    —Os he reunido a las dos para poder hacer apertura del testamento del difunto Don Manuel Del Toro Fernández ...

    Sacó un enorme sobre lacrado que abrió frente a nosotras.

    Ella tenía los ojos brillantes de la ilusión mientras que yo me clavaba las uñas en la pierna izquierda para despertarme de aquella pesadilla.

    —… Estando presente ambas partes, Doña Celia Osorio Alba y Doña Lucía Fernández Pérez …
    Que poca clase tiene esta muchacha hasta en los apellidos, seguro que viene de una familia de obreros de esos que se levantan a las seis de la mañana.

    —… dejo todo mi patrimonio al cincuenta por ciento a mi esposa, Doña Celia Osorio Alba y a mi única hija, Doña Lucía Fernández Pérez ...

    Por poco me caigo de la silla. Fue escuchar hija y mi mundo se vino abajo por aquella hija… de puta, literalmente. Resulta que no solo me había engañado, sino que del otro lado había una familia completita.

    —… y para que así conste firmo el presente …

    Y terminó.

    Agarré el pañuelo con todas mis fuerzas y me giré en la silla para terminar clavando mi mirada en la suya.

    —¿Así que tú eres su hija?

    —Sí, señora. —Dijo esto mientras me mostraba cómo torturaba un chicle de fresa entre los empastes de sus muelas traseras.

    —¿Y tu madre? —Pregunté con tono inocente, forzando mi mejor cara de complicidad.

    —A mi madre le dio un infarto el año pasado. Estábamos de vacaciones de verano con papá y la experiencia del paracaídas tirado por la lancha fue demasiado para ella.

    ¡Hostia! Eso fue cuando volvió medio llorando después de la reunión en México y me dijo que las acciones se habían desplomado. ¡Las acciones! Que se había quedado sin querida el muy cabrón. Me mordí la lengua para aguantar un poco el gesto.

    —Una pena, recibe mi pésame. Debió ser una gran mujer para haber criado a una hija como tú.

    —Es muy amable, Señora. La verdad es que desde que murió ella, yo he estado viviendo con mis tíos. Pero ahora que voy a recibir esta herencia había pensado … —Sus palabras se envolvían de la falsa inocencia de quien sabe que le acaba de tocar la lotería. —… que podía trasladarme a uno de los pisos en el centro.

    Mira, se me empezó a encender la mirada y la vena del cuello comenzó a palpitar como un tambor siux tocando guerra. «Respira» me repetí un par de veces y poco a poco conseguí apaciguar mis ánimos. Arranqué una sonrisa y noté como se quejaban todos los músculos de mi cara.

    —Esos pisos son tanto tuyos como míos. —A la muy ingenua se le iluminó la cara. —Pero ahora somos familia, no puedo permitirte que vivas sola, ¡demasiado habrás pasado ya! Tú te vienes esta noche a casa conmigo. Dime una dirección y a las ocho estará allí mi chofer. Perdón, nuestro chofer para recogerte. Y no te preocupes por nada, que esta noche cocinaré yo personalmente.

    Ella sonrió y no pude aguantarme una pequeña carcajada cuando recordé que aún me quedaba algo de esa especia que tanto le gustó a su difunto padre.

 

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Créditos: Photo by Brooke Lark on Unsplash

Comentarios

  1. Me encanta! El jugo salado de la credibilidad es magistral! Todavía me río con el pachuli que casi me deja inconsciente! Eso lo hemos vivido en ascensores. Muy buena la caracterización de la protagonista!

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    1. Muchas gracias, Juan. Buscaba un personaje con carácter y parece que no salió mal.

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  2. Menuda bicharraca la señora Celia. Lo mismo le da que sea el marido, que la hija bastarda, que el cura del pueblo. 😂

    Muy bueno Juan, como siempre. 💪🏻

    Un abrazo.
    R. Budia

    https://www.RubioBudia.com

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    1. Es la amabilidad en persona 😉
      ¡Gracias por pasarte, Victor!

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  3. Ayyy... pobre chica‼️ genial Juan 👏👏👏😂😂

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    1. Salió una señora súper agradable 😅. Muchas gracias por pasarte!!

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