Relato: La visita

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La visita

    Nuestra nueva casa era ligeramente distinta a como se la había imaginado. El suelo tenía un revestimiento de mármol blanco que proporcionaba a la sala principal una agradable sensación a fresco. Las paredes estaban hechas de piedra pulida y el techo estaba un poco abovedado. Quizá lo más incómodo eran las camas, que más bien parecían sacadas de un hotel cápsula de Japón.

    Yo llegué en marzo y me dio tiempo a conocer un poco el sitio antes de que llegara mi mujer en junio.

    Lucía, aún estaba un poco descolocada con todo esto. Estaba tan apegada a su televisión y las tertulias de Telecinco que, ahora, no encontraba que hacer con tanto tiempo libre.

    Por las mañanas siempre paseábamos sin alejarnos demasiado de la entrada al panteón. Los menos afortunados, tenían que compartir una escuálida estructura vertical de cinco alturas con gente a la que nunca conoció en vida y se veían obligados a soportarse. Siempre se montaban corrillos delante de los nichos y era raro que no se produjera algún tipo de discusión que nunca llegaba a más.

    Pasar por delante suponía que alguien corriera hacia nosotros para buscar que nos pusiéramos de su parte y así mover la balanza hacia posición. Lucía aún respondía con reparo, como no queriendo participar. Yo ya les tenía cogida la medida y me lo pasaba en grande dándoles respuestas totalmente alocadas que generaban nuevas discusiones. Inmediatamente después de hacer esto aceleraba el paso y los dejaba como patos con pan nuevo.

    Después de los que compartían las alturas llegábamos a la zona de los terratenientes. Normalmente eran personas solitarias y un poco mal humoradas que solían mostrar restos de tierra sobre su ropa. Lucía aún no estaba acostumbrada a ellos y, en ese trozo del camino, siempre me apretaba fuerte la mano y se acercaba hacia mí. Yo me empeñaba en pasar por allí para ver a la familia Gutiérrez. Sobre mediodía solía tumbarse en un pequeño trozo de césped sin nadie debajo a buscar formas en las nubes. Tenían un hijo pequeño y aprovechaba la menor oportunidad para preguntarnos las cosas más disparatadas. «A que sabe la Coca-Cola, de donde vienen los niños, por qué no podía tener un perro». Es bastante listo y rara vez repite una pregunta. De haber seguido vivo seguro que hubiera llegado a ser ingeniero o político.

    Después de pasar por donde los Gutiérrez teníamos un agradable paseo entre cipreses para volver hasta nuestra casa.

    Por las tardes ambos nos limitábamos a esperar a que apareciera algún familiar por allí a hacernos una visita. Realmente no era necesario que trajeran nada, solo con verlos ya la rutina era otra cosa.

    Yo en eso tuve más suerte. Lucía venía todos los fines de semana y quieras que no, las semanas se me pasaban rápidas esperando a que llegara el sábado, pero para ella está siendo un poco más complicado. Nuestros hijos trabajan los dos de lunes a sábado y luego tienen cada uno sus obligaciones con la familia: inglés, música, karate durante la semana y los fines de semana toca partido de fútbol.

    Quedan un par de días para que sea noviembre y con suerte los veremos. Solo nos queda esperar que no confundan el día de los difuntos con Halloween. O, si se les olvida, que vengan otro día y disimulen como cuando se les olvidaba mi cumpleaños.

 

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Créditos: Photo by Yadira Gibson on Unsplash

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