Relato: Corre

Relato: Corre

Corre

    Mis talones golpeaban la arena seca del camino levantando una pequeña polvareda, que al poco volvía a depositarse sobre el suelo. La sangre salía frenética de mi corazón alimentando mis músculos. Corría tan rápido como podía, pero después de tanto tiempo sin tomar una postura erguida, era realmente complicado sacar todo el provecho a mi escuálido cuerpo.

    Cuando pensé que estaba lo suficiente lejos, me lancé contra uno de los matorrales que había en la linde entre el camino y el bosque y miré hacia mi punto de partida.

    Mi pecho se inflaba y desinflaba sin que yo pudiera más que abrir la boca para aliviar mi necesitad de oxígeno. Intentaba permanecer inmóvil pero aún me temblaban las manos y no podía controlar el vaho que salía de mi boca.

    El inicio de la senda permaneció impertérrito hasta que un par de puntos rojos emergieron de la oscuridad. Un enorme lobo de lomo plateado y barriga blanca salió de la sombra y miraba directamente hacia donde yo estaba guarecido. Se plantó en la parte central del camino y alzó su hocico y lanzó un aullido atronador para, después, sentarse sobre sus patas traseras dejando las delanteras erguidas.

    Apenas pasaron un par de segundos cuando uno, dos y hasta diez lobos aparecieron junto a él. Sus ojos brillaban entre la maleza del bosque hasta que llegaban a la zona abierta de tierra desde donde habían dado la voz de aviso.

    «Si piensan que se los voy a poner tan fácil lo llevan crudo» pensé y tragué saliva. Me giré sobre mí mismo dándole la espalda a la jauría. Coloqué las manos en el suelo y de un impulso recuperé la verticalidad y empecé a correr tan rápido como me permitían mis músculos. No miré hacia atrás, pero un nuevo aullido me hizo saber que no debía hacerlo. Solo tenía que salir de ese bosque antes de que me dieran alcance. Era la única regla.

    Levanté un poco la mirada en busca de la zona más poblada de árboles y ramas. A mí me costaría pasar, pero sería casi imposible para los que corrían a cuatro patas. Seguí avanzando tan rápido como podía tomando como apoyo los troncos de los pinos. Las manos empezaron a ensangrentarse con cada choque contra la corteza.

    Los pies tampoco es que lo estuvieran pasando muy bien, el suelo fuera del camino era terco. A parte de las propias acículas, había piedras y algún que otro arbusto con espinas que podía hacer las delicias de cualquier amante del dolor, pero no podía detenerme.

    Los jadeos de mis perseguidores se escuchaban cada vez más cerca. Miré hacia uno de los lados para intentar cambiar de dirección y una docena de luces rojas oscilaban en el aire mirando hacia donde yo estaba. Miré al lado contrario y la visión no fue mucho más halagüeña.

    Un nuevo aullido resonó entre las cortezas y al poco dejé de ver a mis compañeros de persecución. Era como si se los hubiera tragado la maleza.

    Seguía corriendo con todas mis fuerzas, la mirada en la oscuridad la tenía bastante atrofiada y, sin darme cuenta, llegué a un claro.

    Cuando quise rectificar y volver entre los árboles, una barrera de cánidos furiosos y con las mandíbulas rebosantes de saliva rugía delante de mí. Comencé a caminar hacia atrás con los brazos abiertos para hacerme lo más grande posible y, cuando llevaba un par de pasos, pisé una rama y me caí dando con mi escuálido culo contra el frío suelo.

    La manada comenzó a avanzar hacia mí. Aún en el suelo, palpé el suelo en busca de aquello con lo que había tropezado y lo cogí en una mano mientras que, con la otra, cogí un trozo de roca. Me puse en pie tan rápido como pude, pero ya estaba totalmente rodeado.

    El lobo de lomo plateado se mantenía al margen, observando desde la linde del bosque. El resto seguía rugiendo de modo intimidante mientras se acercaban un poco más a mí.

    Yo pivotaba sobre mí mismo con los brazos extendidos y creando un perímetro invisible con cada movimiento de la rama. Analizaba a cada uno de ellos intentando buscar al lobo dominante.

    Y cuando ya casi estaban encima mía lo vi claro.

    Un enorme lobo marrón tierra iba un paso por delante de los demás y justo dio un paso hacia atrás para apoyarse en sus patas traseras cuando le lancé la piedra acertando en el centro de su cabeza. La agitó hacia ambos lados y volvió a fijar su mirada en mí, pero ya era tarde para él.

    Me lancé gritando sobre él, lo golpeé con todas mis fuerzas con la rama y todos rompieron la formación.

    —Teníais que haber atacado antes.

    —Pero señor … —dijo Jacob desde el suelo con la cabeza aún dolorida.

    —No quiero escusas, lo teníais hecho y me habéis dejado escapar. El humano no tendrá tanta piedad como yo. Ellos no hablan, solo disparan. —Levanté la cabeza en busca de Adam que aún estaba en el margen del bosque.

    —Repetimos ejercicio. Ahora te toca a ti huir, Adam, y yo me quedo con ellos.

    El asintió y se recostó sobre el suelo. Las patas empezaron a cambiarle y poco a poco perdieron el pelo blanquecino que las cubría. Gritaba de dolor mientras crecía sus extremidades y encogía su hocico.

    Tardó menos en transformarse en humano que yo en volver a ser un lobo.

    Se puso en pie.

    Aullé una vez. Empezó a correr y todos formaron detrás de mí.

    En el siguiente aullido, comenzaría de nuevo la cacería.

 

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Créditos: Photo by Nick Fewings on Unsplash

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