Relato: El cochinillo

Relato: El cochinillo

Relato: El cochinillo

    Los dos nos levantamos de la mesa a la vez. Se nos había venido el tiempo encima con los recados de la mañana y no habíamos empezado a comer hasta pasadas las cinco de la tarde. Por suerte dejé la sopa preparada el día anterior y era un tema menos para llevar adelante.

    Ese fue nuestro momento tranquilo del día. Antonio sorbía la sopa como un autentico animal sin modales y cada aspiración sonaba como si desgarrara cada molécula del caldo blanquecino.

    —Pero hijo, ¿acaso no te hemos dado modales?

    —Sí —respondió mientras sujetaba la cuchara a un par de centímetros de la boca y me miraba alzando la vista— pero me gusta escuchar cómo te quejas.

    Dio otro sorbo estruendoso y se le escapó una carcajada.

    —Venga, no te entretengas que tienes que subir donde tu hermana a por el cochinillo

    —¿Y por qué no llamas por teléfono?

    «A ver como le explico a este vago saco de hormonas que me apetece estar sola, aunque sea unos minutos», pensé antes de sentenciar.

    —¡Que termines y subas!

    Me miró con una media sonrisa y, alzando el plato con las dos manos, se lo llevó a la boca y comenzó a beber como un animal de un abrevadero. Sabe que me pone mala, y ahí estaba haciendo lo posible por tocarme las narices. Para colmo, cuando terminó chupó el plato.

    —Este se lo ponemos esta noche al soso de Raúl. Total, no va a notarlo.

    —No seas malo y tira donde tu hermana. Ya sabes que Raúl es, como decía tu padre, un tanto especial.

    Se nos escapó a ambos una sonrisa cómplice.

    —¿Crees, mamá, que hoy también traerá esa estúpida piña?

    —La verdad es que no se nunca que esperar de él. Aunque mejor la piña que cuando un año trajo esos dulces raros que le había traído un compañero de trabajo. Que costarle, le costaron un dineral, pero sabían a trapo mojado.

    —Seguro que lo timaron. Es tan crédulo que sería muy sencillo conseguir que me regalara una play.

    —No lo líes, Antonio, que luego a tu hermana la aguanto yo.

    —Por que me lo pides tú, ¡que si no! Tengo play nueva, fijo.

    —Anda, sube por el cochinillo y pregunta a tu hermana a qué hora bajará.

    Asintió con la cabeza y se levantó de golpe de la mesa de la cocina.

    —Ahora vengo —dijo y salió corriendo por el pasillo hasta la puerta.

    Solo escuché el portazo y un silencio abrumador envolvió toda mi casa.

    Las manecillas del reloj de pared comenzaron a hacer un ruido insoportable cada vez que pasaba un segundo. Y así uno tras otro. Quizá me quedé dos minutos mirando la pared. O tal vez fueron diez. No fui muy consciente del paso de los minutos hasta que, desde la entrada de la cocina, Antonio, llamó mi atención mientras acunaba un lechal de casi cinco quilos.

    —¿Dónde pongo a Raulito?

    Le tiré una mirada de las que solo una madre puede soltar y, hasta hace un año, lo dejaba petrificado. Pero era como si mi único superpoder se hubiera desvanecido y comenzó a reírse a carcajadas.

    —O me dejas llamarlo Raulito o le pido una play en cuanto entre por la puerta.

    —Llámalo como te salga de las narices, pero no le pidas una play.

    —Hasta esta noche, Raulito.

    Dejó a nuestra cena encima de la mesa de la cocina y salió pitando.

    —Voy a dar una vuelta —gritó a medio camino con la puerta de salida.

    —Te quiero por aquí en una hora, que bajará tu hermana y tienes que preparar tú el salón.

    —Vale —y la última sílaba quedó silenciada por el sonido del portazo.

    «Venga, toca centrarse que hoy no puede fallar nada» me dije y comencé a preparar lo necesario para los entrantes.

    El sonido del segundero seguía amenizando el tiempo, pero con un sonido más tímido. Se entremezclaba con los ingredientes que tenía que ir pelando y los que ya tenía al fuego. Los tiempos de cocción y pensar que no se me pasara nada resultaba muy útil si quería dejar la mente en blanco.

    Al cabo de una hora la puerta sonó.

    —Hola, mamá. Ya estoy por aquí y me he encontrado con Victoria. Dice que ha dejado a su marido montando un mueble como si fuera el tío ese de la tele.

    —Que te he dicho que trates con cariño a tu tío.

    Victoria es de armas tomas y en cuanto vio que se metían con José, le arreó un pescozón que llegó el sonido a la cocina.

    —¡Mamá! Victoria me ha pegado

    —Tened la fiesta en paz —dije asomando la cabeza por la entrada de la cocina mientras en una mano sostenía un cuchillo y en la otra una patata a medio pelar.

    Antonio me miró y al ver lo que llevaba en las manos se limitó a levantar las manos

    —Esta vez te has salido con la tuya, pero esta te la guardo —dijo, Antonio, mientras se acariciaba la zona del golpe.

    —Mamá, ¿con que me pongo? —Preguntó, Victoria, mientras se acercaba por el pasillo.

    Dejó el abrigo sobre la silla de la cocina y me dio un par de besos. Estaba embarazadísima y se movía con ligera dificultad.

    —¿José no baja? —pregunté mientras le retiré un poco la silla.

    —Ya sabes que le gusta que lo llamen Pepe. José es solo para los momentos en los que quiero molestarlo —sonrió y agarró el plato de patatas y comenzó a cortarla en rodajas.

    —Entre el soso y el maestro del bricolaje, no he podido encontrar mejores parejas para mis hijas.

    —No seas así, que ya tendrá que aguantar alguien a tu ojito derecho.

    —¿A mi Antonio?

    —Sí. Menudo prenda se va a llevar la que lo pille.

    Sutilmente me acerqué junto a ella y murmuré.

    —Por lo menos él sabe montar un mueble.

    —¿Sabes que se esfuerza muchísimo? Además lleva varios meses que no fuma y apenas se ha tomado una copa desde que embarazamos.

    —Si yo no digo nada. Eso es cosa vuestra. Solo digo que mi hijo no será un inútil cuando tenga su casa y su familia.

    —Joder, mamá. No empieces que aún queda mucha cena.

    —Está bien.

    La miré a la cara y decidí guardar el hacha de guerra por un rato. Di un paso en dirección al horno y comprobé la temperatura girando el botón y viendo cuando se apagaba la luz. 160 grados.

    —Esto ya está caliente. Pásame a Raulito para que lo ponga dentro.

    —¿Raulito?

    —No me mires así. Son cosas de tu hermano.

    Continuará…


 

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Créditos: Photo by Juliette F on Unsplash

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