Relato: la caja

Relato: la caja

La caja

    Las cortinas de churritos de plástico hacían las veces de mosquitera. Misteriosamente, aunque había bastante hueco entre una hilera y otra, los molestos insectos se quedaban en la puerta repelidos por el campo de fuerza. No es que fueran unas cortina especiales, pero desde que tengo uso de razón custodian la casa de mi tía. Recuerdo haberme golpeado con esas cortinas en la cara, cada verano, por lo menos un ciento de veces. Mi tía nunca fue de muchos amigos. Rara era la vez que se dignaba a invitar a nadie a que pasara por su casa a tomar un refresco o un poco de café.

    Francisca, la vecina, siempre estaba pendiente de quien andaba por la calle y en el momento que barruntaba el sonido del coche de mi padre salía a la puerta a darnos la bienvenida sonriente.

    En cuanto mi padre entraba donde mi tía, llamaba mi atención con un par de «pss, pss» casi inaudibles y, en el momento que hacía contacto visual, le faltaba tiempo para empezar a despellejar de todas las maneras posibles el, según ella, extraño comportamiento de mi tía. Que si un día le había negado el saludo, que si había dejado pasar al butanero cuando a todos los vecinos le dejaban la bombona en la puerta. En fin, cosas de vecinos.

    Al cabo de unos diez minutos solía escucharse como mi padre voceaba desde el interior de la casa y poco a poco la voz se iba acercando hasta la entrada de la casa.

    —Hasta luego, tía— solía ser lo último que decía antes de salir por la puerta golpeándose con la persiana en la cara.

    Aquel año me pidió que pasara en cuanto pudiera dentro de la casa, que mi tía tenía algo importante que contarme. Mi tía no era muy habladora por eso en el momento que existía la oportunidad de hablar con ella, aunque fuera para que me contara una batallita de los tiempos de la guerra, yo no quería dejar pasar la oportunidad.

    Estaba sentada en la mesa camilla y sostenía en la mano una foto en blanco y negro de tonos amarillentos y bastante agrietada que puso sobre la mesa.

    —¿Quiénes son? —pregunté al ver la instantánea. En ella se veía un muro desconchado de lo que se presumían impactos de bala. Delante de él aparecía un hombre con una escopeta y, en el suelo, otro estaba tumbado como si de una presa de caza mayor se tratara.

    —Esto que ves ahí es el motivo por el que la hija de puta de mi vecina siempre está mal metiendo.

    —Tía, esa boca.

    —Estaba limpiando el altillo para meter ahí las cosas de invierno y al fondo había un tabal de madera donde mi madre guardaba algunos papeles. Esta estaba ahí. Llevaba ahí por lo menos treinta años, tapada por una montaña de periódicos.

    —Vale —asentí para que continuara con la historia. Estaba totalmente seria y no parecía que el improperio que acababa de espetar no tuviera fundamento.

    —Esa foto la escondió tu abuela porque sabía lo que iba a pasar. Ese hombre que está de pie con la escopeta es Ramón, el difunto marido de mi vecina.

    Me fijé bien en la cara entre las grietas del papel y pude distinguir la misma cara que ya había visto en alguna foto del salón de Francisca y un leve escalofrío recorrió mi espalda.

    —¿Y la otra persona?

    —Matute.

    —¿Quién?

    —Matute era mi novio por aquél entonces. Antes de que todo empezara nos prometimos y a cinco días de la boda desapareció. —Un par de lágrimas cayeron a plomo de sus ojos—. Me había abandonado y yo hice la promesa de que no volvería a confiar en ningún hombre.

    —Pero…

    —Lo mató el hijo de puta de Ramón.

    —No entiendo nada —dije moviendo la mano sobre el respaldo de la silla frente a mi tía y me senté mirándola con los ojos de par en par.

    —No te preocupes, Oli, a partir de ahora todo será más sencillo. Tenemos que encontrar esta pared —dijo señalando la foto—. No tiene que andar muy lejos. Tu padre volverá en unos días con una pala y una caja de madera. La noche que regrese, cavaremos a los pies del muro y si encontramos algún hueso, lo llevaremos al cementerio como lo hubiera querido su familia.

    —¿Y la caja?

    —La caja es para meter a esa puta chismosa y que sufra lo que yo he sufrido.

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Photo by Andreas Schantl on Unsplash

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