Relato: cita a ciegas

El relato de esta semana va de valorar a las personas que nos rodean y no perder el tiempo en cosas que no lo merecen. Sin más os dejo con el relato: cita a ciegas.

Espero que os guste

Cita a ciegas

    Hasta esta noche no sabía que un trozo de cartulina podría ponerme tan nervioso. Lo tengo delante de mí, sobre el tapete de flores de una mesa redonda, sujeto por un portafotos de plástico amarillento y junto a una vela. «Diecisiete».

    Pensaréis, pero si no es el primer día que vienes al local, ¿por qué precisamente hoy estás tan nervioso? Lo primero, es la primera vez que ella se ha dignado a aparecer. Me ha costado cambiar como veinte veces la foto de perfil de mis redes. Inventarme nombres exóticos que llamaran su atención. Incluso he pagado alguna que otra campaña publicitaria en eso del «Feisbu» para que le surgiera la curiosidad por mí. Pero el amor es así, no tiene límites.

    La primera noche que vine conocí a Mariela que, aunque estoy seguro de que no era su auténtico nombre, se portó superbién conmigo. La conversación fue super amena y una cosa nos llevó a la otra y acabamos en su super casa a las cinco de la mañana, super borrachos y poco más os puedo contar. Repito lo de super porque era un poco hija de papá, ya me entendéis.

    Después de ella, las otras pretendientas no le llegaban ni a la suela de los tacones. Quizá ese fue mi fallo. Si en tu primera vez te sale una cita redonda, se produce una situación muy difícil de superar por las siguientes pretendientes.

    Yo tampoco he venido las últimas semanas con el mismo humor. Me costaba quitarme la barba de varios días y en cuanto comenzaban a hablar, si no me hacían suficiente «tilín» decía la palabra de escape tan pronto como podía. Mas de noventa noches y como el doble de mujeres y como ya os he dicho nunca he estado tan nervioso como hoy.

    Ella espera en la fila junto a la barra, apoyada ligeramente sobre un taburete de terciopelo rojo. Con sus labios acaricia el borde de una copa de vino. Reserva. Nunca aceptaría algo menor que eso. Mira que llevo tiempo viéndola, pero nunca se había pintado los labios para mí. O por lo menos, no desde que nos casamos.

    Yo llevo puesto el mismo traje de la boda. Los talones me rebotan contra el suelo pivotando sobre la punta de mis pies. Nervioso, me aflojo ligeramente el nudo de mi corbata y me coloco el ramillete en la solapa de la chaqueta. Acaricio mi cara en una última revisión de mi afeitado. Vuelvo a mirar el número de mi mesa y la vuelvo a mirar a ella.

    ¿Sabéis esa sensación de nudo en la boca del estómago cuando se acerca la chica que te gusta y te has llenado de valor para decirle lo que sientes? Pues lleva amordazándome la garganta desde hace más de una hora. El mismo tiempo que llevo sentado en esta mesa y esperando a que surta efecto los cincuenta pavos que le he dado al camarero y la siente junto a mí.

    Miro el reloj como si fuera un cronómetro que no termina de contar bien los segundos, bebo un poco de agua y «din, din, din». Una pequeña campanita resuena desde la barra. Todos estamos expectantes durante el primer sorteo. Y ahí está, Lucia. Sacando un papel “aleatorio” de una bolsa donde solo está el número diecisiete.

    Lo abre, levanta la mirada y me mira directamente. Deja la copa sobre la barra, se pone de pie sin apartar la mirada. Coloca un poco su falda. Me enseña el número y no puedo evitar sonreír. Lo señala con su dedo índice y me señala como en un movimiento de «Pul fitchion». Y mi ilusión se desmorona al verla rematar el gesto con una perfecta peineta. Finalmente, se gira y se marcha por la misma puerta que entró sin dirigirme la palabra y arrojando por encima de su hombro este maldito diecisiete. Se ve que aún no ha superado lo de Malena. Que imbécil fui.

Relato cita a ciegas

 

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Photo by René Ranisch on Unsplash

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