Relato: el disfraz

Relato el disfraz

El disfraz

    La distancia entre los dos era de unos pocos centímetros, unos cincuenta o sesenta. Exactamente la distancia que había establecido entre ellos la última mesa que decidieron comprar juntos. Ella lo miraba levantando un poco la vista para enfocar su cara e inmediatamente volvía a mirar a la base de sus codos.
    Él permanecía impasible mirándola de frente, sin retirar un ápice la mirada de su rostro cabizbajo mientras apoyaba a duras penas sus codos magullados sobre la mesa. Apoyaba su mandíbula sobre la cuenca de su dedo índice y pulgar de la mano izquierda mientras que, con los dedos de la mano derecha, acariciaba suavemente la cicatriz que hacía pocos minutos había brotado en su cara.
    —Te dije que no era buena idea.
    Después de un rato callado por fín se había dignado a dirigirle la palabra y, María, volvió a alzar la mirada, esta vez sin bajarla.
    —En mi cabeza la imagen era bastante más idílica de lo que finalmente ha sido. Pero,  es que, ¡cómo dices que no salimos de la rutina! Me pareció una buena idea.
    —A ver, que yo no digo que no tengamos que romper un poco la rutina —dijo, Arthur, extendiendo la mano para coger la mano de María—, pero para la próxima podemos hacer algo menos arriesgado.
    —¿Cómo iba a saber yo que el techo del mueble no iba a aguantar el peso de una persona?
    —¿Quizá por que es un mueble de Ikea?¿Quizá por las cinco mudanzas que lleva en todo lo alto?
    —¡Jo! De verdad que si hubiera sabido que el techo se iba a ir a la mierda te lo habría dicho —dijo con un tono de voz buscando dar un poco de pena y levantando levemente las cejas—. Perdoname, por favor —alargó la última vocal al tiempo que ponía cara de buena.
    —¡Está bien! Sabes que no puedo resistirme a esa cara. La próxima vez que queramos innovar, mejor probamos con algún disfraz. El salto del tigre no ha sido la mejor idea, ni en planteamiento, ni en ejecución.
    —Pero no ha estado tan mal —intentó quitarle hierro al asunto.
    —¿Tan mal? Al ceder el techo me he caído directamente contra la barra donde colgamos la ropa y como Moisés con las aguas me ha separado mis partes, hasta hace un rato, nobles. Luego me he golpeado con la cara en el lateral y mira —dijo señalandose la herida de la cara—, aquí me ha dado ese puñetero zapato de tacón. Que no entiendo yo por qué lo guardas con el tacón hacia arriba.
    —Es para que no se me deformen…
    —No, si deformarse, no se han deformado, pero a ver como le quitas ahora los restos de sangre. —Ella dibujó una media sonrisa—. Pero no te rías, que para colmo al salir del armario, se me han enredado los pies con uno de tus fulares y me he dado de bruces contra la moqueta del dormitorio, deslizándome como una patinadora rusa pero con los codos.
    —Pero sabes que yo te quiero —dijo poniéndose en pie y caminando junto a él.
    Comenzó a acariciarle el pelo mientras intentaba aguantarse la risa.
    —Riete, pero a ver como le explicas a nuestro hijo cuando vuelva del cole que su padre ande como un vaquero al que le acaban de robar el caballo. Porque esto se lo explicas tú.


 

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Photo by Braydon Anderson on Unsplash

Comentarios

  1. ¡ Muy bueno!. Si me permites una crítica constructiva...Queda mejor cuando no te extiendes tanto. Queda mejor la parte final.

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    1. Habitualmente no escribo buscando una extensión concreta, pero lo tendré en cuenta para futuros textos.
      Mil gracias por tu comentario constructivo y por pasarte a leer mis relatos.
      ¡Nos leemos!

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  2. A ver cómo se lo explica. Me gustaría mucho leer esa parte, compañero.

    🤭😘

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    Respuestas
    1. No descarto que en algún momento escriba la continuación. Gracias por pasarte, Victor
      Nos leemos!

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